La mujer del quiosco y su gran lección de vida

La quiosquera que le toco la primitiva

Hace muchos años, cuando yo era joven y trabajaba en una sucursal bancaria, conocí a una mujer que me dejó una enseñanza que aún hoy, décadas después, no he olvidado.

Ella regentaba un pequeño quiosco cerca del banco. Era una señora mayor, ya muy entrada en años y con la salud algo quebrada. Aun así, cada mañana abría su quiosco con puntualidad, atendía a los vecinos con una sonrisa y pasaba el día entre periódicos, revistas y alguna que otra chuchería para los niños del barrio.

Un día nos enteramos de que le había tocado un premio muy importante en la Primitiva. Lo supimos porque vino a ingresarlo al banco. Naturalmente, todos pensamos lo mismo: que por fin dejaría el quiosco, se iría de viaje o al menos se tomaría un descanso. Pero no. Al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente… allí estaba, abriendo su pequeño negocio como si nada hubiera pasado.

Intrigado, y con la confianza que habíamos forjado a lo largo del tiempo, un día me atreví a preguntarle directamente:
—Pero señora… ¿por qué sigue aquí, si ya no le hace falta?

Me miró con la serenidad de quien ha vivido mucho y me respondió algo que no se me ha borrado jamás:
"No deseo más de lo que tengo. Soy feliz así. Y recuerda esto, muchacho: desea poco, y lo poco que desees, deséalo poco.”


Una filosofía sencilla… y poderosa

No salió en ningún periódico, ni en la televisión. No hubo entrevistas ni reportajes. Pero esa mujer, anónima y discreta, me dio una de las lecciones más profundas sobre la vida, el deseo y la verdadera riqueza.
No todo el mundo necesita millones para sentirse realizado. A veces, la verdadera fortuna está en vivir con sencillez y con el corazón en paz.

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