En un pequeño barrio de Valencia, donde las calles aún huelen a gasolina y café recién hecho por las mañanas, vive Miguel Ortega, un mecánico de 58 años que ha dedicado toda su vida a reparar coches. Durante más de 35 años trabajó en su modesto taller, sudando cada día entre motores, aceite y clientes que confiaban ciegamente en su palabra.
En diciembre de 2017, la suerte golpeó fuerte la puerta de Miguel. Su número de la Lotería de Navidad había salido premiado: más de 3 millones de euros. Su hija se enteró primero al ver los resultados por la televisión, y cuando le llamó para decírselo, Miguel pensó que era una broma.
“¿3 millones? Anda ya… a estas alturas no me cambia la vida”, fue lo primero que respondió entre risas.
Y no lo dijo por falsa modestia. A diferencia de muchos que sueñan con jubilarse al instante, comprarse un coche de lujo o irse a vivir a una isla tropical, Miguel no hizo nada de eso. Al día siguiente abrió su taller como siempre, a las 8:00 de la mañana.
Una decisión meditada: seguir como siempre, pero con más tranquilidad
Lejos de gastar el dinero en lujos, Miguel usó el premio para pagar la hipoteca de su casa, ayudar a sus dos hijos a independizarse y renovar el taller por completo. Modernizó el equipo, cambió el elevador que ya tenía 20 años y contrató a un par de chicos jóvenes en prácticas, porque –según él– “alguien me dio a mí la primera oportunidad, y ahora me toca a mí devolverla”.
“No quiero cambiar mi vida, solo mejorarla. Yo no quiero ser rico, quiero ser tranquilo”, decía a los medios cuando, inevitablemente, se corrió la voz por el barrio.
Una vida más simple… pero más plena
A Miguel nunca le interesaron los grandes viajes, ni las joyas ni las fotos para presumir en redes sociales. Su mayor lujo fue comprarse una moto clásica restaurada, “una vieja pasión que siempre dejé para después”. También se permitió reducir la jornada a cuatro días a la semana para poder pasar más tiempo con su mujer y jugar con su nieta.
“¿Y si mañana me voy de este mundo? Pues que me vaya contento, sabiendo que trabajé en lo que me gustaba y que ayudé a mi familia”, dice con una sonrisa sincera.
¿Qué podemos aprender de Miguel?
Ganar la lotería no siempre tiene que significar cambiar de vida, dejarlo todo o empezar de cero. A veces, el mayor regalo está en poder seguir haciendo lo que uno ama, pero sin la presión del dinero. Miguel eligió seguir siendo mecánico, pero ahora lo hace desde otro lugar: con paz, con tiempo y con la satisfacción de ayudar a los suyos.
Historias como la suya nos recuerdan que no todo se compra con dinero, y que hay personas que, incluso con millones en el banco, no se sienten más ricos que antes… porque ya lo eran.